5.14.2008

Aves de paso

El sabor salado de la piel del indio
me pobla la piel de cosquillas y recuerdos
que se esconden en los pliegues de mi falda...
justo donde le gustaba dormir.

Las manos del tecladista
se asoman en las ventanas de mi sala
para gritarme de cerca
- acelerando mis latidos -
que las huellas no se borran,
al menos no tan fácilmente.

Recuerdo una noche en la que
fui guitarra durante una noche
sólo para deleitar tus nervios
con la vibración de mis cuerdas
allí, cerca de tus labios.

La tarde extraña y eterna,
deseada por años,
que llegó al mismo punto de salida,
donde sólo cabíamos vos, el humo y yo,
camuflando entre las sábanas
las sonrisas, el caos y los juegos de infancia.

El juego maravilloso...
de enamorarnos
cada tanto,
cada cuanto...
y porque sí.


Sin ánimos de amar...
ni ser amados.

Me despierto ahora
a los recuerdos;
esas manos,
tantos besos,
las notas que me recorrieron
y los versos...

Todo eso que ha sido mío
- y ajeno -,
tuyo y mío.


Quien seás no importa,
o si recordás o recuerdo tu nombre.

¡Qué bueno haber estado ahí!

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