1.10.2009

Chiper

(25/01/1983 - 03/01/2009)

El era un tipo alto, grueso y sonriente. Su mirada verde azulada podía cruzarte el alma y leerte en segundos. Su fuerte no eran las buenas decisiones, en especial si se trataba de dinero, al parecer tampoco cuando se trataba del mar. Soñó toda la vida con ser periodista, con graduarse de la UCR y trabajar donde ahora yo trabajo. Sí, mi vocación es casi su culpa. Fue él quien me enseñó a escribir sin miedo. Me rescató de una realidad absurda, abusiva y violenta para enseñarme que el amor era cuestión de comprender, negociar, respetar, trabajar e incluso, tolerar. Era sencillo y letrado, conocía más palabras que mi mamá y eso es mucho decir. Tenía unas manos benditas, si es que eso existe, y en especial, si hablamos de cuando decidían pasear por los contornos y recovecos de otros cuerpos. Regalaba libros. Le gustaba leer. Escribía poemas sobre fotos, papeles, posters y hojas secas. Creía en los fantasmas, especialmente en uno que aún se pasea por las madrugadas en el cuarto piso del edificio. Le encantaba bailar, Salsa con Coco en especial. Lloraba con una facilidad envidiable. Tenía una familia maravillosa que le sobrevive, una familia que me niego a dejar de hacer propia. Me enamoré de ellos desde los primeros incidentes que compartimos, hace ya unos ocho años. Generalmente estaba feliz y cuando no, padecía de una extraña enfermedad que hacía que le temblaran las manos. Se enamoraba intensamente, creo que por lo mismo se enamoró pocas veces, pero nunca dejó de amar. Le gustaban las camisas rojas y el número 10. No sabía nadar, pero le encantaba el agua y siempre nos hacía bromas haciéndose el ahogado (tanta ironía arde). Me enseñó a tomar café con helados, con chocolate y con chantilly. Me introdujo al mundo del café frío y luego de que se fue, me cedió el vicio. Fumaba Marlboro Lights o mentolados, a escondidas de su novia. Siempre quiso tener un hyundai gris y cuando lo tuvo, ya no lo quiso. Así era él, inconstante por naturaleza. Le gustaba la carne asada y los sánguches de paté. Era tan buen mentiroso que hasta el día de su funeral me di cuenta de que estábamos a mano con eso de la infidelidad. Me amó durante unos años, me quiso durante más. Yo lo quise siempre, desde que nos conocimos y hasta ahora. Me regaló unos amigos maravillosos, adictos y locos. Su postre favorito era el arrollado. Odiaba los macarrones y la mantequilla. Compartía sus victorias con todos, tanto que es en su primer buen trabajo donde todos fuimos a parar por recomendación suya. Desde acá escribo.
Me marcó la vida. A mí y a todos. Ahora lo extrañamos mientras entendemos la magnitud del sello que dejó en nosotros. Lloramos, nos despedimos y algunos creen. Yo me despido y punto, por eso es que duele tanto. Por eso y por lo que él era, porque hasta ahora entiendo bien lo mucho que significaba ese tarado para mí.
Una vez me escribió que esperaba ser él quien caminara conmigo los pasos del futuro. Lloré al leer el papel viejo y arrugado, unas horas después de ver su cuerpo cubrirse de flores y tierra. Luego entendí que aunque un par de meses después de esa carta nos separamos por un tiempo, en el fondo siempre fue así. Caminamos juntos el futuro durante los años que nos duró y por suerte, fueron bastantes. No nos separamos nunca, de una forma o de otra, siempre estuvimos el uno para la otra y viceversa. Siempre estuvo. Siempre estuve. Y cuando no estuvimos, sabemos que están perdonadas las faltas, porque eso hacen los amigos. Perdonan. Quieren, A veces también lloran y extrañan, pero sólo porque hay que decir adiós.

Entonces se llora, se extraña y nada más.
Uno se repite que el tiempo todo lo cura.

Se llamaba Steven Cruz Valenciano (no, Valenciano Cruz, como dijo la prensa), tenía 25 años al morir (no 26) y era un ser humano, amante, amigo, hijo y hermano excepcional.
Lo de chapa y atarantado, ya hace rato se lo perdonamos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que mal que las gentes se mueran. Pero que bien que vivan lo suficiente para que otras gentes recuerden cosas así de chivas.

Luna Místika dijo...

no sé ni que decir, solo que te mando un abrazo fuerte y que me conmovió mucho tu post. Que rico que alguien escriba tan bien de la gente que quiere. Un abrazo nena